Capítulo III
Por fin Aiba terminó de redactar la teoría, solo le quedaba resolver la ecuación ya que los problemas matemáticos le eran muy difíciles y necesitaba a la calculadora humana (del grupo). Se precipitó a la puerta de la habitación donde se encontraba en busca de Sho. Ésta era una de las últimas teorías de su gran investigación porque resolviendo ésta, las pocas que quedaban eran “pan comido”. Vio a Sho apoyado en una puerta de espaldas hacia el pasillo por lo que no podría saber quien se acercaba por detrás, pero la euforia que tenía Aiba encima algo le hizo reaccionar pero no lo suficiente como para deshacer la unión de sus miradas (el hechizo en el que estaban atrapados por sus miradas).
- ¡Sho-kun! ¡Sho-kun! Necesito tu ayuda, ¡Sho-kun! – gritaba mientras corría por los pasillos.
Cuando llegó a su altura éste no había vuelto a la realidad, no hasta que colocó la mano sobre su hombro. Sho se giró sobre sí mismo lentamente y vio que Aiba estaba algo nervioso, como si de algo importante se tratase, que lógicamente era lo correcto ya que Sho no le prestó atención cuando venía hacia él.
- Para qué me necesitas esta vez, Aiba – dijo aún en proceso.
- Ya sabes por qué vengo a buscarte – contestó algo molesto y excitado, como si llevara prisa en decidir su futuro.
Pocas veces había acudido Ohno a Sho en la solución de sus problemas, en realidad nunca le había hablado de ese tema en concreto, no como Aiba, todos los días una teoría todos los días precisaba de su ayuda y cada vez oía más a Aiba hablar de su locura y pensó “¿Lo habrá leído o visto en alguna parte?”, pero si sólo leía manga, alguna de esas historias tendría algo que le hizo tropezar con la ciencia, y más concretamente, con la alquimia.
Mientras caminaban por el pasillo y Aiba iba hablando solo ya que no le prestaba la más mínima atención, la última reacción de Sho fue volver la vista atrás y ver alejarse cada vez más la puerta de la habitación donde se encontraba Ohno y parte de su cabeza intentando cuestionarse lo ocurrido instantes atrás. Ohno también pensó en ello pero decidió apartarlo de su mente y hablarlo más tarde con el sujeto en cuestión, ya que su bol de ramen era más apetecible y su estómago vacío también lo consideraba.
- ¿Qué es lo que tienes que contarme?
Nino se quedó dubitativo durante un momento. No sabía si empezar a hablar de sus sentimientos hacia Ohno o de la reacción efusiva de Aiba.
- Ettoo… ¡Aiba! (Jun extrañado), Aiba. Fui a verle pero de pronto tomó una hoja de papel y empezó a escribir muy rápido (Explicaba con gestos un tanto nervioso y algo acelerado), decidí detenerlo pero prefería preguntárselo a alguien que supiera por qué actuaba así. Pensé en Sho-kun pero seguro que estaría liado en cosas del trabajo, Ohno… (hubo un breve silencio que se hizo incómodo), Ohno estaba durmiendo así que decidí acudir a ti. – Se desahogó y, durante un instante, se sintió algo más relajado.
- No entiendo que intentas decirme. Yo siempre he visto a Aiba leyendo o con sus experimentos absurdos que…
- ¡Eso es! Los experimentos, algo tendrá que ver con sus reacciones. Esas cosas raras que hace lo están volviendo loco. ¿No utilizará los animales de su programa? El mono ese actúa como una persona, no habrá hecho algo con él, ¿verdad?
- Nino, tus perspectivas son un tanto raras, ¿no será a ti a quien le han afectado sus experimentos? Te preocupas por algo que nunca llegará a inmiscuirte, además, su comportamiento sólo ha cambiado un tanto por ciento su personalidad. Qué más da, seguro que no hará daño a nadie, ni siquiera es capaz de matar a una mosca.
- ¿Y si no es así? ¿Y si lo que quiere es apoderarse del planeta y convertirnos en sus esclavos?... Esto no va bien…
- Eso es cosa tuya… ¿Hay algo más que quieras decirme?
Pensando su respuesta… - No, nada más… Bien, gracias por compartir tu tiempo en escucharme.
Jun sonrió y volvió al recinto donde estaban ensayando. Nino, en cambio, decidió tomar aire fresco y organizar sus pensamientos y sentimientos.
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